lunes, 11 de abril de 2011

La influencia del barroco sevillano: la Virgen Hilandera como prototipo iconografico


La Hilanderita



Desconocemos la procedencia de este cuadrito (fig.8), así como el lienzo parejo del Niño Jesús próximo. Posiblemente ambas piezas tengan su origen en una donación privada o de una institución local. Se trata de una pareja de cuadros interesantes. La Virgen niña aparece sentada, en tres cuartos, sobre un silloncito. Está hilando lana con una rueca que sujeta con el bracito izquierdo...con el derecho sostiene el huso. 

Viste saya blanca, falda azul celeste, corpiño rojo ceñido con cordones, y manto de brocado pardo, sujeto al cuello por un dorado broche o brocamantón. Recoge su cabello con una cintilla de roja seda y lazada en la frente de la que pende un colgante. Lleva largos pendientes dorados. Un delicado y gracioso rizo se escapa por la blanca frente. En sus brazos porta sendas pulseras coralinas, con tres vueltas. De este cuadro resaltaremos el infantil semblante, que adquiere gran ingenuidad y candor. 

La iconografía de este cuadrito se basa en los evangelios apócrifos. El de Santiago y el Pseudo-Mateo relatan cómo María niña se ocupaba ejemplarmente de las tareas domésticas (Carrasco Terriza, 2000). 

El tema de la Virgen Niña costurera, fue especialmente apreciado por la pintura barroca andaluza y más por la sevillana. Juan de las Roelas, Murillo y Zurbarán gustaron de representar a la Virgen Niña interrumpiendo su costura para atender las tareas espirituales. 

Por otra parte son numerosas las parejas de cuadros de la Virgen Niña hilando y el Niño Jesús de la Espina conocidos en la pintura andaluza e iberoamericana. Así se localizan ejemplos diversos en algunos conventos sevillanos. En la Casa Cuna de Ayamonte se conservan dos cuadros que habría que atribuirlos a Andrés Pérez, pintor sevillano nacido en 1660 (Carrasco Terriza, 2000). Pero su estilo difiere al del cuadro que estudiamos. 

Más cercano están los dos cuadros se similar temática debidos al gran pintor sevillano Juan Simón Gutiérrez que custodia el museo del Cuartel del Conde Duque de Madrid. Comparado con el cuadro de Llerena, es de mejor factura y calidad, respecto al tratado de los pliegues y telas aunque no le supera en gracia y verismo. Juan Simón Gutiérrez es un seguidor de Murillo, contemporáneo de Andrés Pérez. Las obras mencionadas se pintaron antes de 1718, que es el año de su muerte. 

Esta serie de cuadros eran muy conocidos y populares. Quizá su difusión se deba a que la piedad privada gustaba de estas obras para colocar en las casas. Desde luego tuvo que ser en Sevilla donde se pondrían de moda, pues se observa este tipo de obra también en la pintura iberoamericana. En Perú se conservan diversos ejemplares de escuela local que tienen como referente este tipo de cuadritos, como observamos en las figuras de abajo. Fernando Quiles comenta que algunos pintores sevillanos, como Juan Simón Gutiérrez, envían muchas obras de este tipo a América, constituyéndose un auténtico mercado pictórico en la calle Feria de Sevilla. 

Fernando Quiles afirma que: “La época barroca, que aprecia como ninguna otra el componente estético de la paradoja, del contraste, de la oposición, del quiasmo, añade un atractivo especial a los temas de niños con virtudes o sentimientos de mayores. El contraste y la paradoja están en la base de la emoción, tanto de la risa como del llanto. En nuestro caso, veremos a la Virgen niña hilando el velo del templo, que había de desgarrarse en el momento de expirar su Hijo en la cruz. O el Niño Jesús de la espina, que en el aparente juego de tejer una corona, en realidad está sumido en una premonición de los sufrimientos de la pasión, y adelanta en el juego el derramamiento de su sangre redentora. El contraste se sitúa entre el presente y el futuro, entre la felicidad y el dolor” (Quiles García, 88).








viernes, 1 de abril de 2011

Iconografia franciscana

 Los contenidos iconográficos se repiten en todos los templos e iglesias franciscanas de Llerena. Son los prototipos de este cosmos hagiográfico franciscano y el subsiguiente despliegue de sus factos y milagros. Así, la figura de san Francisco que ocupa lógicamente lugar preeminente en varios retablos conservados tanto en Santa Clara como en otras iglesias. Quizás donde mejor luzca sea en la bella bóveda  del convento que resume la importancia de la Orden conforme a una escala jerárquica que culmina con la figura del poverello  mostrando sus estigmas que le confirieron categoría de un alter Cristhus.
            La misma importancia representativa adquiere la personalidad de santa Clara, fundadora de la Orden Segunda, titular del convento que estudiamos, como expresión también de una altera María. El tema iconográfico más conocido es el que la muestra con los símbolos del báculo en los restos murales del claustro o la píxide en el retablo mayor y en otro lateral. En el interior de la iglesia clariana se representa el milagro de san Damián con la retirada de las tropas sarracenas de Federico II.
            Otros  santos franciscanos, como san Antonio o san Buenaventura,  grandes teólogos  de la Orden aparecen profusamente en todos los templos, como la Concepción, Santiago, la Granada, etc… Los hermanos legos de la orden quedan representados por la imagen de san Diego de Alcalá, en el retablo mayor de Santa Clara y en la bóveda de la misma iglesia.
            Los santos de la Orden Tercera que tendrían más representación en Santa Isabel los vemos hoy en el convento de Santa Clara. Así, santa Rosa de Viterbo y san Luis de Toulouse. También santa Isabel de Hungría. Y como ilustre representante de la Escolástica medieval, gloria del franciscanismo europeo, contemplamos a Duns Scoto, en uno de los retablos de la iglesia conventual.
             Los protomártires franciscanos de Marruecos aparecen en la bóveda de Santa Clara, con su símbolo iconográfico del martirio. Y los beatos Juan de Cetina y Pedro de Dueñas legos mártires españoles del siglo XIV degollados en el Carmen de los mártires de Granada. Y, en fin, otras dignidades importantes relacionadas con la Orden se mostrarían en numerosos retablos y obras desaparecidas, como san Juan de Capistrano o san Bernardino de Siena.
       El Museo de Santa Clara podría hacerse eco de la historia de estos edificios  franciscanos desaparecidos, de las comunidades que lo habitaron, de las escasas  piezas artísticas que nos legaron, sobre las  importantes personalidades locales o nacionales que estuvieron ligados a estos bastiones de la fe franciscana: el cardenal Silíceo y la Concepción, Cieza de León y Santa Isabel, Catalina Clara y Santa Clara…Y, en fin, esta aproximación al franciscanismo local nos permitirá rescatar la figura de la mujer más admirable que ha dado Llerena: la terciaria Catalina de Bustamante, primera maestra de América, protectora de la dignidad de las niñas indígenas, que trasladó los métodos educativos ejercidos por las religiosas de Santa Isabel al difícil mundo de Nueva España, en las primeras décadas del siglo XVI.



viernes, 25 de marzo de 2011

Un museo franciscano

Este Museo, recientemente inaugurado,  muestra la historia espiritual de Llerena, a través del patrimonio conventual de Santa Clara e incluso otras piezas  de las diversas iglesias filiales franciscanas, que no en vano fueron cinco los conventos que profesaron esta religión en la villa. Tal acercamiento desvela la importancia del franciscanismo con sus frutos culturales, espirituales y sociales, como expresión de una identidad local. Este sentido de empresa espiritual colectiva se expresa netamente en el segundo tramo de la techumbre recién restaurada, que  homenajea a todas las hermandades filiales y locales. Las figuras de san Antonio, san Buenaventura, santa Catalina o santa Isabel simbolizan  la extensa red espiritual franciscana que tuvo la ciudad en el pasado pues el convento de Santa Clara fue un elemento más de este engranaje espiritual y cultural decantado en diversos institutos religiosos, como el convento de la Concepción,  hermandad de la Veracruz, hermandad de la Virgen de los pobres, hermandad de los Remedios, hospital de San Lázaro, etc.
            Frente al adjetivo santiaguista con que se tilda a determinadas comunidades del sur de Badajoz, incluida Llerena, resaltando la importancia que tuvo la Orden de Santiago, nuestra población no puede obviar la impronta dejada por las órdenes franciscanas en todas las manifestaciones de nuestra vida cultural. Basta rememorar la diversidad de términos que conserva nuestra toponimia y que indican esta omnipresencia del franciscanismo. También en nuestras fiestas, desde el culto a la Virgen de la Granada, por la evangelización de la Primera Orden. La Semana Santa de Llerena la organizaban diversas hermandades ubicadas en conventos y hospitales franciscanos. La fiesta primaveral de la Cruz,  el culto a san Miguel, con su feria, o a san Lázaro, patrón contra las epidemias, la festividad de San Antonio en su arrabal homónimo…con sus respectivas procesiones y regocijos, se originan en los aledaños de los conventos citados.

miércoles, 23 de marzo de 2011

El museo del coro bajo

    
            El  Museo de Santa Clara se ubica en el coro bajo del monasterio. Abre sus puertas a los visitantes para que conozcan la iglesia conventual y otros ámbitos del vivir cotidiano de las hermanas clarisas que siguen practicando su clausura conventual.
         El modelo de organización museográfica debe resolver dos problemas: de una parte hacer un adecuado inventario de las piezas que atesora el convento. De otra  interferir lo menos posible en la sosegada y activa vida espiritual comunitaria. El reto que supone la creación de un museo de arte religioso estriba en la capacidad de generar un buen guión museológico que suscite el interés de los futuros visitantes. Así que nosotros exponemos algunas consideraciones sin pretensiones de dogmatizar, pues todo guión museográfico debe partir del consenso de expertos, interesados, la propia comunidad de religiosas, grupos de opinión, políticos, etc.
        
              Como hilo conductor, en la entrada del museo del Coro Bajo, topamos con la imagen más valiosa: el San Jerónimo de Martínez Montañés, que formó parte del segundo retablo mayor, pues la iglesia llegó a contar con tres. El definitivo se construyó en el primer tercio del siglo XVIII, obra local de José García. Es el que podemos contemplar hoy.
           La imagen de Montañés se presenta al espectador como introductora del guión pretendido. Se acompaña de un texto que pretende implicar al espectador, y que dice:
             
            "Ahora que tus pasos te han traído hasta aquí, ahora que la calma de este convento  aplaca tus prisas, escucha mi historia: en origen fui madera y hoy soy la obra de uno de los grandes del Barroco: el maestro Martínez Montañés.
              En otro tiempo formé parte de un espectacular retablo: el primero de la iglesia que acabas de dejar  a tu espalda.
              Observa mi sereno rostro, la calma y actitud reposada. Nada tienen que ver con la angustia que sufrí. Arrodillado, porto en una de mis manos la cruz, mientras que con la otra sostengo una piedra con la que me golpeo el pecho una y otra vez, para espiar mis pecados. Sufro. Pero mi maestro, más preocupado por la perfección que por la expresión, no representó en mi cuerpo la huella del dolor.
              Continúa el camino, no te quedes aquí. Pasa y contempla el resto de las obras: piezas eternas que atesoran la historia de este Convento"
        
              Así comienza el guión de este Museo. Por cierto, que existe un claro error en el texto. Ya hemos dicho que esta imagen perteneció al segundo retablo, que no al primero como se dice.
          
           

La inauguración del Museo del coro bajo

http://www.llerena.org/actualidad/Ampliada.php?CLAVE=3107

500 años de historia