miércoles, 9 de marzo de 2011

Acceso al Museo: donaciones





Muchas piezas expuestas en este pequeño museo fueron donadas por diversas familias de notables locales o por las propias familias de las religiosas profesas. Tal sucede con esta imagen del Niño Jesús con la bola del Mundo, donada por el padre de sor Granada de San José. Estás donaciones contrastan por su mayor o menor mérito artístico, pues en el propio museo podemos observar piezas de importante valor, como el cantora cedido por la familia Zapata.




Los conventos femeninos eran durante los siglos XVI y XVII auténticas Civitas Dei, ciudadelas cerradas al exterior en un marco de seria y sobria arquitectura, la comunidad vivía en celdas aisladas; las religiosas de clase alta podían estar acompañadas por sus sirvientas, mientras las de clase humilde se dedicaban al servicio doméstico, que consistía en la limpieza, las labores del huerto, aparte de los rezos y meditaciones colectivas que estipulaba la Regla; las celdas estaban distribuidas alrededor de un pequeño huerto, que les suministraba los alimentos de primera necesidad y les servía también como lugar de esparcimiento. La mayoría de las personas que ingresaban en los conventos femeninos eran de clase social media y alta, aunque en varias ocasiones algunas monjas, incluso fundadoras, pertenecieron a una clase noble o emparentada con ella, como por el ejemplo la fundadora del convento de Santa Clara de Llerena.


La Crónica de San Miguel, nos permite entender el prestigio que el Monasterio debió adquirir en los siglos XVI y XVII. Ya por el favor y mercedes que le otorgaron diversos miembros de la nobleza local, ya por la limosna de sus fieles. Y debió ser así pues conocemos algunas donaciones importantes. Un ejemplo lo refiere Antonio Carrasco: un miembro de la nobleza local, Antonio de Paz , entrega como dote de su hermana doña Isabel de Paz, en 1585, un valioso cáliz de oro y piedras preciosas elaborado por el prestigioso platero llerenense Cristóbal Gutiérrez. Y es conocida la acción benefactora de otras familias nobles o hidalgas. Ya citamos las concesiones que hiciera la familia Zapata o sus promotores y patrones…Todas las familias nobles o hidalgas tenían miembros familiares en el convento. Conocemos dos monjas de la familia Ramírez de Guzmán, tías de Catalina Clara: Isabel Guerrero y Ana Ramírez. De la familia Zapata conocemos a María de Chaves y a Juana Zapata, que ocuparon cargos importantes en la congregación siendo el caso que Juana Zapata, hija de Luis Zapata, sucede en el cargo a la propia fundadora (Carrasco García, 1985). Pero también ingresaban mujeres que procedían de la burguesía local. Así, el conocido médico Luis de Lemus, tuvo dos cuñadas suyas, hermanas de su mujer Inés de Prado: Isabel de Prado y María Manuel de Prado, que procedían de Jerez de los Caballeros (Garraín Villa, ) que eran monjas de este convento, a finales del siglo XVI. Por cierto, que el prestigioso médico salmantino, que ejerció su profesión en Llerena, se enterró en el convento de Santa Clara, donde recientemente, apareció la lápida de su sepultura con esta inscripción:“SEPULTURA DEL LICENCIADO LUIS DE LEMOS, CATEDRATICO EN SALAMANCA I DE SU MUGER DOÑA INES DE PRADO I SUS HEREDEROS. 1605”.


Por otra parte, siguiendo siempre la información proporcionada por Garraín Villa, este prestigioso médico tuvo amistad con doña Jerónima Delgado, a la que posiblemente asistiría y de la que recibió algún préstamo según consta documentalmente.


Si exceptuamos la documentación fundacional, estudiada por algunos investigadores locales o foráneos, apenas contamos con testimonios que nos permitan conocer los modelos de organización religiosa y la historia de las hermanas clarisas de Llerena en los primeros siglos de su andadura.


Sabemos que la Crónica de la Orden de san Miguel de 1671 constituye la fuente bibliográfica fundamental para entender los orígenes y la vida de esta Comunidad. Los capítulos dedicados al monasterio por fray José de santa Cruz, su autor, tienen un carácter propagandístico conforme a las consignas dadas por la Orden que promueve la elaboración y difusión de este tipo de crónicas en las diversas provincias franciscanas de todo el Reino. Nos han llegado diversas obras de este género. Destacadas son, por ejemplo, las que escribieron fray Luis de Rebolledo o fray Damián Cornejo. En todas estas fuentes franciscanas se manifiesta la unión de las tres órdenes fundadas por los Santos de Asís.


Respecto al convento de Santa Clara de Llerena, su autor incide en algunos tópicos propios del discurso apologético postridentino. Su fin es defender la dignidad de la Orden y la de sus religiosos. Es decir, resalta el prestigio devocional y disciplinado de la Comunidad en toda la población así como la rigurosa formación religiosa de sus monjas. Su holgado número y su condición de cantera de buenas dirigentes para otras fundaciones o comunidades locales y provinciales.


En 1544, el provincial de la orden les comunicó la Indulgencia de la Porciúncula que no era sino el privilegio de tener una vez al año la indulgencia plena para todo el que lo visitara. A tales efectos, es posible que una de las portadas del convento estuviera dedicada a este menester. Es decir, se abriría solamente una vez al año para que todo visitante ganara el deseado privilegio. Sin embargo es parco en datos respecto a la organización de la vida comunitaria. De una lectura atenta se infieren algunos hechos. Sabemos que en 1544 la comunidad recibe del Provincial la Indulgencia de la Porciúncula. Un evento singular que tendrá importantes repercusiones en la liturgia conventual y en el propio ornato y arquitectura del templo. Tanta es su importancia que podemos entender mejor la doble portada hacia la calle de la Corredera. La puerta más cercana al altar mayor, estaría dedicada al Jubileo de la Porciúncula, que se ganaba por parte de aquellos fieles que visitaran la iglesia el día 2 de agosto. Por tanto la mayor parte del año no se abriría. Pero, por referencias de algunos escritos conservados, sabemos que ambas puertas eran utilizadas en los desfiles procesionales que, con diverso carácter, eran tan abundantes durante el Antiguo Régimen. A ellos debió referirse Catalina Clara Ramírez de Guzmán en alguno de sus poemas religiosos. El Monasterio, como tantos otros, recibía frecuentemente cortejos procesionales por motivos diversos. Así, durante el siglo XVII, la imagen de la Virgen de la Granada se sacaba procesionalmente, en periodos de sequía o de grandes calamidades. A tal efecto la doble portada ejercía la función requerida para este protocolo o para no demorar el cortejo procesional.

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